Parte importante de la ciudad de Acatlán es -entre otras cosas- su enorme aportación a la gama de artesanías en el país, mismas que son una combinación de tierra y agua, de moldeado y ornamentación, decorado e inspiración. Porque no cualquiera puede hacerlas o trabajarlas, sólo personas expertas e instruidas por años de práctica y esfuerzo, maestros de una tradición que continúa y que viene desde el período prehispánico, aquella hermosa época que extiende su influencia hasta llegar a nuestros días y se expresa de muchas maneras. Una de esas manifestaciones es el barro de nuestro Acatlán convertido en hermosas artesanías y en piezas útiles del diario vivir.
El barro ha acompañado a las personas de Acatlán y alrededores desde siempre. Estamos tan acostumbrados a su presencia que no lo notamos. Sin embargo, podemos echar un vistazo a nuestros recuerdos y darnos cuenta de que ha estado siempre ahí. No hay más que cerrar los ojos y mirar que su representación va de la sencilla maceta al elaborado jarrón, del ancestral cántaro al práctico molcajete, del gran comal a la humilde olla, del plato al jarro y seguramente muchos otros utensilios que han sido parte de nuestra vida y recuerdos.
¡Y por qué no! Hablemos de recuerdos en los que el barro ha estado presente. Muchos de nosotros acompañamos a nuestros familiares -o fuimos personalmente- a traer agua al río o al pozo, utilizando uno o dos cántaros de barro amarrados a los costados de un burro. También comimos salsa bruta molida en un molcajete de barro (aunque no hay que olvidar que los había de piedra). La tortilla cocida en comal -de barro- los frijoles de olla -hecha de barro- y el atole de maíz servido en jarro -sobra decirlo… también de barro- eran parte de los sagrados alimentos, porque el barro forma parte de la humildad de la misma manera que los son la tortilla, los frijolitos y el atole. Pero no hablemos de eso, hay que hablar del barro, que es lo que nos ocupa.
El barro también nos acompaña en las alegrías, cientos o tal vez miles de fiestas se han servido de aquellas enormes cazuelas para cocinar aquel exquisito mole tan famoso de nuestra tierra. Se me olvidaba, ¿de qué material está hecha la cazuela? Adivinaron… ¡de barro!
Pero vamos un poco más allá y hablemos de la expresión artesanal reflejada en el barro. Porque si en cuestiones prácticas la presencia del barro es notoria, en asuntos artesanales es mucho más amplia. Desde la tradicional alcancía de cochinito hasta el toro cebú, el burrito con cántaros, el sapo macetero, la gallinita echada, la simpática cocota… ¡perdón! la simpática paloma, algunos chivos, conejitos, mariposas… ¡en fin! La fauna es extensa.
Con el barro se puede representar el universo, el sol y la luna; la divinidad representando a la Virgen de Guadalupe o a la Santa Cruz. El barro es parte de la alegría representando al Tecuán y es parte de la vida representando a la muerte como sólo en México se sabe hacer. Con el barro se crea desde la máscara prehispánica hasta el campesino sentado; desde el tecolote nocturno hasta la iguana de todos colores y brillos; hermosos cántaros, bellas figuras de ornato que adornarán las casas de quienes se interesen en adquirirlas y hacerlas parte de su vida diaria. La cantidad de objetos artesanales hechos de barro es inmensa y el límite es la creatividad de los artesanos de Acatlán.
El barro es una tradición que no debe perderse nunca. Y lo mejor es que todo el universo representado por el barro trabajado en Acatlán forma parte de la identidad tradicional de los mexicanos. He ahí su importancia, he ahí el espíritu de la tierra, el espíritu del barro. Porque hasta el puño de tierra que nos vamos a llevar a la tumba, podría convertirse en barro.